Prólogo

Un llamado a las palabras

Santiago Wills
Bogotá, 1 de septiembre de 2020

El 1 de diciembre de 2019, en la ciudad de Wuhan, China, un hombre de 70 años que sufría de alzhéimer empezó a sentirse extrañamente decaído. El hombre, que por su enfermedad rara vez salía de casa, pronto desarrolló fie­bre y problemas respiratorios. Preocupados, sus familiares lo llevaron a un hospital de la ciudad, donde su condición empeoró. Para el 29 de diciembre, dos días antes de que China alertara a la Organización Mundial de la Salud sobre un atípico cúmulo de casos de neumonía en Wuhan, el hombre fue tras­ladado al principal hospital de la ciudad. Allí, los médicos lo diagnosticaron con la enfermedad causada por un nuevo tipo de coronavirus, el mismo que en ese momento afectaba a por lo menos 40 ciudadanos más.

De acuerdo con The Lancet, el hombre con alzhéimer habría sido el primer caso reportado de COVID-19 en todo el mundo. La información, sin embargo, no es conclusiva: según The South China Post, las autoridades chinas habrían identificado a un hombre de 55 años de la provincia de Hubei como el pri­mer infectado. El hombre habría mostrado los primeros síntomas hacia el 17 de noviembre de 2019, según documentos gubernamentales a los que habría accedido el diario. Ninguno de los dos hombres, no obstante, habrían visitado el mercado húmedo de la ciudad de Wuhan, el presunto lugar de inicio de la pandemia hasta hace un par de meses.

Hoy, mientras escribo el prólogo de esta guía, persisten las dudas sobre el origen preciso del virus SARS-CoV-2 y sobre la cadena exacta que ha causado una parálisis generalizada de la economía mundial, una transformación social quizá solo comparable con el de una de las grandes guerras y, hasta el momen­to, más de 848 000 muertes, 19 663 de ellas en Colombia, en todo el planeta.

Como en toda gran tragedia, las teorías de la conspiración abundan. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, seguramente motivado por racismo o cuestiones electorales (que a su vez dependen del racismo de sus electores), responsabilizó a un laboratorio de virología en Wuhan y al go­bierno chino de la pandemia. China, por su parte, y seguramente por moti­vos semejantes, culpó a militares estadounidenses de haber llevado el virus a Wuhan. Entre tanto, en las cloacas de Internet se habla de armas biológicas, estrafalarias maquinaciones de Soros o ridículas tramas supuestamente idea­das por Bill Gates para controlar el mundo por medio de vacunas.

La verdad, aunque más prosaica, es tal vez más perturbadora. Según estu­dios publicados en la revista Nature, lo más probable es que el virus empezó en un murciélago, saltó a otra especie animal, al parecer un pangolín ilegalmen­te llevado a Asia, y de ahí pasó a los humanos, donde mutó hasta alcanzar la forma letal que se detectó por primera vez en Wuhan. La historia de la actual pandemia, en ese sentido, implica deforestación, tráfico ilegal de especies y comportamientos relacionados con el consumo que inciden directamente en la probabilidad de la aparición de enfermedades zoonóticas como el COVID-19. La Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológi­ca y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) un organismo creado en el marco de las Naciones Unidas, resume los hechos de la siguiente manera: “Hay una única especie que es responsable por la pandemia de COVID-19: nosotros”.

La responsabilidad no es meramente sanitaria, económica o cultural; el componente más importante está relacionado con problemáticas so­cioambientales. Así como lo afirma el Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (UNEP) el cambio climático, la demanda de productos de ani­males salvajes y las alteraciones del suelo han contribuido a la proliferación de enfermedades zoonóticas como el dengue, el zika y el chikunguña.

Para quienes no vivieron las guerras mundiales del siglo pasado, el coro­navirus pareciera ser el desafío más grande al que se ha enfrentado la huma­nidad. No lo es, ni siquiera para quienes sobrevivieron a esos dos conflictos. El medioambiente es el gran desafío y la gran historia de nuestro siglo. Atraviesa desde la pandemia del coronavirus hasta los planes de recuperación económi­ca que inevitablemente impulsarán los gobiernos una vez que aquella termine. Atraviesa nuestra cultura, la manera como nos comportamos socialmente, la política y cada decisión que los líderes de cada país tomen en el futuro.

Como especie, nos jugamos la supervivencia del planeta tal y como lo conocemos (y posiblemente la nuestra) en lo que queda de este siglo. Si el statu quo se mantiene, el planeta será irreconocible en poco tiempo. El calentamiento global parece haber sido la causa de las cinco extinciones masivas de la historia del planeta y, a menos que hagamos algo, el resul­tado de las condiciones actuales puede ser similar. Un análisis de la Uni­versidad de Arizona encontró que una de cada tres especies de plantas y animales podría extinguirse para 2070 y un informe del IPBES halló que por lo menos un millón de especies se encuentran en riesgo de desaparecer. De acuerdo con el Ministerio de Ambiente, Colombia podría perder el 30 % de su biodiversidad.

El aumento en la temperatura ha incrementado el número y la fuerza de fenómenos climáticos extremos como los huracanes, las inundaciones y los incendios forestales, de acuerdo con varios estudios. Países, regiones y ciudades costeras como Cartagena o Santa Marta se encuentran en riesgo de ser cubiertas o gravemente afectadas por la elevación de los océanos. En la Antártica, algas microscópicas han empezado a colonizar el espacio antes ocupado por el hielo, según biólogos de la Universidad de Cambridge.

A pesar de los millones de historias y notas sobre el tema, los periodistas, tanto en Colombia como en el resto del mundo, hemos fallado a la hora de transmitir la urgencia de la situación. Infelizmente, hemos tardado años en darnos cuenta de que no basta con repetir números, citar reportes o buscar un supuesto balance informativo que los hechos no reconocen. Salvo impor­tantes excepciones, no logramos ir más allá de lo general para conmover a las audiencias y promover transformaciones. Aún peor, durante décadas menos­preciamos o ignoramos el cubrimiento del medioambiente, como si se tratara de un tema blando, ajeno a todos los demás.

La presente guía pretende cambiar ese modo de pensar. El periodismo ambiental merece un lugar decisivo en cualquier agenda informativa. Por lo mismo, no basta con seguir produciendo las mismas historias de siempre. Necesitamos afinar conceptos, técnicas y temas. Sea que llevemos cubriendo esta fuente toda la vida o que apenas estemos empezando, debemos revisar nuestras estrategias para subsanar errores, complejizar nuestras miradas y mejorar el alcance de nuestras historias.

Esta guía busca ofrecer instrumentos justamente para eso. Cuenta con cinco capítulos escritos por expertos en el área y por periodistas con una larga trayectoria cubriendo, reporteando y pensando el medioambiente. Cada uno de ellos refleja la voz particular de los autores y se enfoca en uno de los temas principales que competen al periodismo ambiental en Colombia.

En el primer capítulo, Claudia María Villa García y Carlos Hernando Tapia Caicedo, del Instituto Humboldt, exponen el concepto de conflicto socioambiental (CSA) y cómo un enfoque a partir de esta noción puede ayudar a definir, estructurar y desarrollar investigaciones periodísticas capaces de lograr transformaciones positivas en Colombia. Los autores enfatizan la diferencia entre los problemas y los conflictos para finalmente mostrar cómo el cubrimiento nacido de la comprensión y la complejidad de los CSA responde a la función social del periodismo.

La periodista Tatiana Pardo escribe en el segundo capítulo sobre los nue­vos espacios que se abrieron para el periodismo ambiental luego de la firma del Acuerdo de Paz entre las FARC-EP y el gobierno colombiano. A través de anécdotas, experiencias de reportería y una serie de preguntas a diferentes investigadores y autoridades, la autora trata algunos de los nuevos caminos que se abren en el posacuerdo y los principales temas que no debemos perder de vista: el territorio como víctima de la guerra, los cultivos de uso ilícito, la deforestación, la Reforma Rural Integral y los líderes ambientales. El tema lo cierra una entrevista sobre el Acuerdo de Paz a Juan Bello, jefe de la Oficina en Colombia del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente.

El tercer capítulo, a cargo de la periodista Angélica María Cuevas, se concentra en el cambio climático y en cómo diferentes medios en Inglaterra y Estados Unidos han modificado su lenguaje para responder a la situación crítica que vivimos. Como respuesta a esas iniciativas, la autora incluye una serie de propuestas para cambiar la forma tradicional como se trata y se realiza el periodismo ambiental en nuestro país. El capítulo finaliza con una entrevista a Viviana Londoño, coordinadora de Opinión Pública e Incidencia de WWF Colombia, sobre cómo mejorar el cubrimiento de los espacios de negociación internacional.

En el cuarto capítulo, el periodista Antonio Paz escribe sobre la biodi­versidad. En un país megadiverso como Colombia y en medio de la coyuntu­ra del COVID-19, este tema tiene una importancia especial. El autor resalta lo anterior, define el concepto y consulta a periodistas y científicos para hablar sobre las dificultades y los retos de hacer notas periodísticas sobre biodiversidad en nuestro país. Al final del capítulo, una entrevista con María Guiomar Nates Parra, experta en abejas de la Universidad Nacional de Colombia, es un buen ejemplo de cómo se debe trabajar una de estas historias.

Finalmente, en el último capítulo, la periodista Natalia Borrero se sirve de ejemplos, entrevistas y análisis para explicar la técnica del periodismo de solu­ciones y por qué es necesaria para la situación que vivimos. La autora no solo se apoya en renombrados periodistas para argumentar lo anterior; también recurre a psicólogos y utiliza estudios de neurociencia para mostrar cómo el cerebro reacciona ante las noticias catastrofistas y las notas de periodismo de soluciones.

Como un todo, la guía es una hoja de ruta o una caja de herramientas para que los periodistas hallemos una forma de probar que el contenido ambiental va más allá de las fotos de animales, los titulares alarmistas y las cifras desprovis­tas de contexto. Ya hemos perdido suficiente tiempo y hoy el tiempo es corto.

Según estudios recientes, se espera que 2020 sea el año con las tempe­raturas promedio globales más altas desde que se lleva un registro. Incluso con el respiro que nos ha dado la pandemia actual –las emisiones de gases de invernadero anuales se reducirán alrededor de un 8 %, de acuerdo con los cálculos de la Agencia Internacional de la Energía–, las probabilidades de que lo anterior suceda son de alrededor del 75 %. Y lo más probable es que el récord se siga batiendo año tras año.

Los pronósticos son sombríos, pero no por ello hay que desistir. La emer­gencia por el coronavirus ha mostrado que el periodismo es capaz de impul­sar cambios en comportamientos a gran escala, que las personas son capaces de transformar sus conductas y que los gobiernos, así sea por corto tiempo, son capaces de cooperar y poner los intereses comunes por encima de los intereses económicos de las grandes empresas.

Esperamos que esta guía ayude a promover una revolución similar en to­das las esferas atravesadas por el medioambiente. Ojalá surjan nuevas his­torias, nuevas investigaciones y nuevas formas de contar lo que se vive en el país. Para citar a la poeta norteamericana C. D. Wright, que esta guía sea “un llamado a las palabras”, un anuncio y una invitación.